domingo, 15 de noviembre de 2009




Aquel que està



Era noche de invierno, afuera soplaba frío el Pampero, estaba oscuro y la ciudad silenciosa parecía desierta.
En el jardín de la casa grande volaban las hojas de los árboles, en un ir y venir al ritmo que les marcaba el viento.
En la entrada, un pequeño portón de hierro hacía sonar sus bisagras, que parecían cantar en el silencio de la nada y en el umbral un montón de hojas secas crujían con el paso de los gatos.
Las cortinas en la ventana dejaban filtrar una luz tenue, y la puerta de la entrada estaba entreabierta.
Pero adentro... adentro todo era tibio, en un pequeño ambiente sobre un sillón estaba él, sentado con la mirada fija en el piso; tenía las manos apoyadas en las rodillas y la cabeza gacha, quizás absorbido por el tiempo, absorto en sus pensamientos, fuera de la realidad.
Sobre una pequeña mesa, se veía la foto de ella, una joven bella, de rasgos delicados, se la veía frágil, la piel muy clara hasta parecía casi irreal.
En un ángulo de aquella habitación, una lámpara irradiaba su luz sobre la tapa de un libro. La cubierta era de cuero, estaba labrada y las hojas que se podían entre ver ya estaban amarillas, si hasta se podría decir que era un libro antiguo. Una hoja saliente llevaba una firma casi ilegible, de forma poco austera y elegante.
Sobre la pared colgaba un reloj de cuerda y el ruido de aquellas agujas girando se asemejaban a los latidos de un corazón.
Mateo se levantó de improviso, el sonar del teléfono lo hizo regresar a la realidad, y sin casi darse cuenta desapareció de aquella habitación…
En un instante el tiempo se detuvo, y no se sabe si Mateo regresará pronto; se vistió rápidamente, parecía fuera de si, en aquel instante la puerta se cerró.

Civetta

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